Un tren en mi salón
El sitio donde vivía no siempre fue un lugar de grandes torres de edificios corporativos y residenciales. No hace mucho, donde ayer había fábricas, hoy encontrarás museos, centros de ocio y grandes superficies, y todo esto de la mano de Carlos Slim. Si bien es verdad que no fuimos testigos de cómo se inició este cambio, en cuatro años hemos asistido a esta transformación que ha avanzado a pasos agigantados. Y es que Nuevo Polanco es una zona con mucha demanda. Los grandes edificios con vigilancia privada, piscinas, ludotecas, zonas de negocios etc. son un imán para extranjeros que buscan comodidad y seguridad.
Sin necesidad de utilizar el coche puedes visitar el museo Soumaya, o el Jumex, ir al teatro, al cine o visitar el acuario Inbursa. Toda una zona de ocio a la vuelta de la esquina separada por las vías de un tren. Y es que como vestigio de lo que un día fue, quedaron las fábricas de la cerveza Modelo y Harinas Elizondo. Y cada una de ellas tiene sus inconvenientes. Los que viven cerca de la cervecera conviven noche y día con el sonido de la marcha atrás de sus camiones, mientras que los que vivíamos cerca de Elizondo sufríamos los inconvenientes del tren. Una locomotora de mercancías que se abría paso en la modernidad a golpe de silbato y hacía que todo se parara ante su presencia. Coches y peatones no tenían más que esperar, a veces hasta desesperarse, a que el tren de carga dejara en la fábrica de harinas el trigo que venía de Canadá. Una situación, que cuando sucede mientras te diriges a tu trabajo, puede sacarte de tus casillas y que hace que el ferrocarril tuviera sus fans y detractores.
No es una belleza de maquina pero cumple su función. Si lo que esperabas ver es un tren majestuoso marchando por la ciudad, tu tren es el Kansas City Southern o Southern Belle.

Lamentablemente no está abierto al público. Sólo ejecutivos de la empresa, personal del gobierno, o clientes de la misma pueden disfrutar de sus recorridos y de todas sus comodidades, mientras realizan visitas dentro del estado de México o fuera de él.
De los dos hermanos, la historia que nos interesa hoy, es la del trenecito de carga. El primer "departamento" que tuvimos en Nuevo Polanco era una primera planta y estaba situado justo encima de la harinera. Desde el balcón podias ver una puerta metálica de color azul que separaba la calle de la entrada de mercancías. Junto a ella, un guardia de seguridad que controlaba el acceso del personal, pero también daba su entrada y salida al tren, entiendo que coordinado con la policía.
El tren se había vuelto parte de nuestra rutina. Ya nos habíamos acostumbrado a su sonido de tal forma, que prácticamente, no notábamos su presencia. Convivíamos con aquella máquina debajo de nuestro salón como en una entente cordial: él no nos desvelaba y nosotros seguíamos guardándole amor y respeto. Pero un día nos venció. Acaba de descargar su mercancía una tarde y ya estaba preparado para salir. Tenía tantas ganas de marchar libre que no esperó y se llevó por delante la puerta metálica que se interponía en su camino. Recuerdo aquel estruendo como la explosion en el aparcamiento de Barajas mientras me encontraba trabajando. Un ruido sordo que te hiela la sangre y te deja petrificado. Cuando pude reaccionar, salí a la terraza y comprobé como había golpeado contra la cancela, que continuaba cerrada por accidente. Me imagino lo que opináis, es de lo más surrealista que me ha tocado vivir. Aquel fue el día en el que el tren perdió todo su atractivo. Fue como descubrir que tu lindo gatito se había convertido en un tigre sin piedad capaz de destrozarte todo el apartamento. Ya no tenía ninguna gracia la mascota, no había otra opción. Teníamos que mudarnos porque era él o nosotros. Y el gigante de hierro pudo más.